En el gran teatro de la política internacional, el poder blando –el arte de atraer sin coerción ni pago, definido tan elocuentemente por el difunto Joseph Nye– fue considerado durante mucho tiempo la joya reluciente de la corona de la influencia estadounidense y la evidente deficiencia del arsenal chino en medio de la rivalidad entre ambos países por la preeminencia.
Sin embargo, desde el regreso del presidente estadounidense Donald Trump al cargo, el equilibrio de la atracción internacional ha estado cambiando notablemente a favor de Beijing.
En el ámbito nacional, las acciones del gobierno estadounidense han minado profundamente la reserva de poder blando de Estados Unidos. Sus ataques a la libertad académica y la cancelación de visas estudiantiles debilitan el atractivo de la educación superior estadounidense, un activo clave de poder blando que fomenta la apreciación global de los valores estadounidenses.
Los recortes a las subvenciones federales de investigación, como las destinadas a los Institutos Nacionales de Salud, amenazan el liderazgo tecnológico de Estados Unidos. Una encuesta reciente de Nature a científicos estadounidenses reveló un hallazgo alarmante: el 75 % de los encuestados estaba considerando reubicarse debido a la inestabilidad financiera, una posible fuga de cerebros que perjudicaría gravemente la capacidad del país para atraer y retener talento.
Según Nye, las democracias liberales suelen tener un alto nivel de atractivo nacional porque generalmente se las percibe como más legítimas y confiables que sus contrapartes no democráticas.
Las tendencias autoritarias de Trump –su expresa admiración por los estilos de liderazgo autocrático, la priorización de la lealtad por sobre la experiencia a la hora de dotar de personal a su administración y los esfuerzos por someter la cobertura informativa a su voluntad– socavan el Estado de derecho, piedra angular del poder blando estadounidense, empañando su imagen como ejemplo de democracia.
En el ámbito internacional, la administración ha acelerado la erosión del poder blando de Estados Unidos mediante lo que Nye denominó su «transaccionalismo miope», así como su estridente enfoque de «Estados Unidos primero» . Este repliegue diplomático multifacético se manifiesta en tres dimensiones críticas.
En primer lugar, la retirada de Estados Unidos de los marcos multilaterales –incluida la Organización Mundial de la Salud y el acuerdo climático de París– disminuye su reputación de líder colaborador y socava la autoridad moral estadounidense.
En segundo lugar, y quizás más alarmante, las políticas de Trump desmantelan sistemáticamente los propios instrumentos del poder blando estadounidense, y instituciones como la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), Voice of America y Radio Free Asia enfrentan amenazas financieras existenciales o su disolución total.
En tercer lugar, la administración ha adoptado una postura diplomática adversaria (como se vio en la peculiar intimidación de Trump a Dinamarca sobre Groenlandia y en los comentarios despectivos del vicepresidente J.D. Vance sobre los “campesinos” chinos ) que socava la imagen cuidadosamente cultivada de Estados Unidos como un hegemón benigno.
A diferencia del rechazo del poder blando por parte de la administración Trump, China, bajo la presidencia de Xi Jinping, ha reforzado estratégicamente su influencia mediante iniciativas diplomáticas específicas. Desde 2021, Pekín ha puesto en marcha tres importantes programas —la Iniciativa de Desarrollo Global, la Iniciativa de Seguridad Global y la Iniciativa de Civilización Global— diseñados para proyectar poder blando mediante la promoción de la cooperación económica, las alianzas en materia de seguridad y el diálogo cultural, respectivamente.
En 2023, Xi impulsó estos esfuerzos al anunciar planes para invitar a 50.000 jóvenes estadounidenses a China para programas de intercambio y estudio durante los próximos cinco años. Junto con la Iniciativa de la Franja y la Ruta y las iniciativas de poder blando como la diplomacia de la vacuna contra la COVID-19 , estas iniciativas han arrojado resultados dispares.
Los países de altos ingresos como Estados Unidos, Japón y Australia mantienen opiniones abrumadoramente negativas sobre China, con índices de favorabilidad tan bajos como 11 por ciento en una encuesta de Pew del año pasado.
Pero los países de ingresos medios del Sur Global, particularmente en el África subsahariana (Nigeria: 75 por ciento favorable, Kenia: 73 por ciento) y el Sudeste Asiático (Tailandia: 80 por ciento, Malasia: 64 por ciento), muestran actitudes significativamente más positivas, impulsadas por las inversiones en infraestructura y el compromiso diplomático.
El regreso de Trump refuerza la ofensiva de carisma de China. En el contexto del deterioro de las instituciones democráticas estadounidenses y el retroceso de Estados Unidos en sus compromisos internacionales, la política exterior asertiva y el autoritarismo descarado de China parecen menos amenazantes en comparación.
En una conversación de WeChat, un economista formado en Estados Unidos en China confesó que ahora encuentra más atractivo el sistema político chino al compararlo con el estadounidense. Sumado a la reducción de la brecha tecnológica —resaltada por los avances de China en inteligencia artificial— , las políticas de Trump podrían, sin quererlo, aumentar el atractivo de China, no solo en el Sur Global, sino también entre las élites estadounidenses que buscan innovación y estabilidad.
Aunque persisten las opiniones negativas sobre China entre los estadounidenses, las opiniones desfavorables han caído del 81 por ciento el año pasado al 77 por ciento este año, lo que sugiere un cambio sutil en las percepciones en medio de los desafíos internos de Estados Unidos.
Igualmente importante, el desinterés de Washington en proyectar poder blando reduce el costo y mejora la rentabilidad de las inversiones estratégicas de Pekín, lo que permite a China cubrir esa necesidad. Por ejemplo, las universidades e institutos de investigación chinos están reclutando activamente a científicos estadounidenses, y el destacado químico Charles Lieber se ha incorporado a la Universidad de Tsinghua.
El desmantelamiento de USAID y la abrupta retirada estadounidense de las iniciativas de salud global generan oportunidades para China. China está proporcionando financiación de reemplazo en el Sudeste Asiático y podría extender un apoyo similar a América Latina, expandiendo aún más su influencia.
En la Conferencia de Yalta hace 80 años, según se cuenta, Joseph Stalin desestimó las sugerencias de que la Unión Soviética obedeciera la autoridad moral del Vaticano bromeando: “¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”.
Este desprecio por el poder blando, arraigado en su creencia de que solo el poder militar aseguraba el dominio, cegó a Stalin ante el atractivo de los valores democráticos. Su error de cálculo (y el de sus sucesores) aceleró el colapso soviético, a medida que los ciudadanos desilusionados abrazaban las libertades de Occidente.
Estados Unidos se arriesga a cometer un error similar en su rivalidad estratégica con China. Al descuidar el poder blando —como lo demuestra su menor participación global y su vacilante compromiso con las normas democráticas—, Washington podría repetir la falacia de Stalin y, sin darse cuenta, ceder el liderazgo a Pekín en esta consecuente competencia por el atractivo.
